Crecimiento: el otro gran reto de la economía

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Hasta el cierre del año pasado, cerca del 45% de las economías avanzadas y 70% de las emergentes padecían tasas superiores a 5.0% anual, lo que justifica, a todas luces, la priorización del tema inflacionario dentro de la agenda global.

En lo que respecta a nuestro país, no estamos aislados de las tendencias internacionales y la inflación alcanzó un nivel de 7.4%, que es la más alta desde 2001. 

Sí, el avance de los precios es un reto mayúsculo que precisa respuestas contundentes de las autoridades correspondientes, sin embargo, hay otro pendiente que reclama atención y acción inmediata, me refiero a lo que se está observando en materia de actividad económica.

Quizá, este sea un tema secundario en otros contextos, pues la percepción que prevalece globalmente es que el ritmo del crecimiento económico es demasiado elevado, tanto así que se ha llegado a pensar que algunas naciones pudieran estar en una situación de “sobrecalentamiento”. No obstante, para México los datos advierten de una situación ya no solo de estancamiento, sino de deterioro continuo. 

Aunque en nuestro país 2021 cerró con un crecimiento espectacular del PIB de 5.0%, que es el mejor de los últimos 11 años, ello debe analizarse a la luz de la caída de 8.4% de 2020, que fue la más grave en casi 9 décadas. Si por un momento dejamos de lado el gran efecto que tuvo la pandemia sobre la actividad económica, los niveles en los que nos encontramos actualmente equivaldrían a que la economía se hubiera contraído en 1.3% año con año desde 2018 cuando el PIB alcanzó su último máximo.

Se puede pensar que el anterior supuesto carece de relevancia porque la economía mexicana se encuentra en un proceso de recuperación y regresará a los niveles anteriores en cuestión de trimestres, pero la información más detallada plantea severas dudas sobre esta perspectiva.

Por ejemplo, a reserva de que se confirme el dato de diciembre, el IGAE, indicador que da seguimiento a los flujos mensuales de actividad económica, tuvo variaciones negativas en 7 de 12 meses de 2021,

¿Acaso se sostiene la lógica de recuperación cuando el 60% del año anterior la actividad se contrajo en vez de avanzar?

Incluso, el nivel del índice en diciembre de 2020 es mayor que el que se proyecta para diciembre de 2021 lo que reflejaría que tras 12 meses de “recuperación”, las fábricas, comercios y empresas diversas del país están teniendo menos actividad que al final del peor año de la pandemia.

Desde cierto ángulo, es posible que esta dinámica no sea novedosa, pues ya en 2019 la economía mexicana había presentado una ligera contracción de -0.2% y los meses de 2020 anteriores al confinamiento también mostraban una inercia negativa.

Empero, lo que despierta una mayor preocupación es la posibilidad de que este deterioro esté adoptando un paso más marcado. Los datos de 2021 así lo sugieren, pues si, en un ejercicio de historia alternativa, sustituyéramos el camino de crecimiento que se dio en 2019 con las variaciones mensuales del IGAE de 2021, el resultado habría sido de una caída de 0.4% y no de 0.2%. 

Bien puede argumentarse que el desempeño del año que acaba de terminar se vio afectado por el repunte de los contagios de Covid-19 dada la aparición de las nuevas variantes. Sin embargo, aunque es posible que la enfermedad haya ejercido disrupciones significativas en la economía, es difícil atribuirle la responsabilidad entera de la debacle, pues, a diferencia de México, otros países que tuvieron ciclos epidémicos similares como Colombia, Chile o Estados Unidos registraron crecimientos sólidos en el segundo semestre del año.

Además, en la búsqueda de minimizar el impacto económico de la pandemia México se caracterizó por adoptar una postura poco restrictiva de la movilidad y las actividades, por lo que es muy factible que elementos de índole interno hayan diferenciado nuestro desempeño del de otros integrantes de la región. 

Hagamos un análisis más profundo

Al analizar nuestra economía de manera detallada la situación adquiere una forma más discernible, pues contrario a la percepción de que los datos establecen inequívocamente que nos encontramos en una recesión (condición que implica descensos generalizados de la economía), hay algunos segmentos que sí han tenido un buen desempeño.

Por ejemplo, 5 de los 9 subsectores de las actividades terciarias ya han rebasado sus niveles prepandemia, incluyendo actividades clave como el comercio al por menor y los servicios financieros. 

En su lugar, la crisis mexicana es más una conjunción de rezagos profundos en áreas bien identificadas: la industria y los servicios con alto grado de interacción física, como los turísticos y los de esparcimiento.

Caso separado es el de los servicios profesionales, que tuvieron cambios drásticos tras la implementación de la reforma en materia de outsourcing, pero cuyo efecto neto es todavía difícil de medir ante la escasez de datos y el poco tiempo que ha transcurrido desde el evento.

De los 2 grupos de actividades mencionados, es posible que la recuperación de los servicios turísticos y de esparcimiento se dé de manera más natural si la pandemia de Covid-19 finalmente transita a una fase endémica.

De hecho, aunque los rezagos en estos rubros son mayores a 10% frente a sus niveles prepandemia, mostraron un comportamiento resiliente en el segundo semestre de 2021, por lo que el foco de atención se vuelca hacia el sector industrial. 

Las actividades secundarias tuvieron un cierre de año complicado, pues las caídas en los flujos mensuales de producción fueron frecuentes y generalizadas. Además, aunque es posible que la mejora de las condiciones sanitarias tenga un efecto positivo sobre las cadenas globales de valor y, por ende, sobre la producción manufacturera, no será la panacea.

La inversión es la clave

Lo anterior, porque las determinantes de la actividad industrial dependen menos del grado de movilidad de la población y más del que ha sido “el coco” de la economía mexicana en los últimos tiempos: la inversión.

Visto desde la perspectiva de la demanda agregada las piezas encajan, pues al cierre de 2021 el consumo privado se encuentra cerca de 2.0% de distancia de su nivel prepandemia y las exportaciones y las importaciones ya se han recuperado, pero la inversión fija bruta todavía tiene una brecha de más de 10.0% frente a su último máximo.

Ello se ve reflejado en las cifras de la construcción que tienen un rezago igual de importante, pero también en los débiles crecimientos de de la minería, las utilities y gran parte de las manufacturas, que dependen de la inversión para mantener un ritmo boyante de expansión.

De esta manera tras 23 meses del llamado a la Jornada Nacional de Sana Distancia está claro que el tren de la recuperación inercial por la reapertura inicial de las actividades ya ha arrancado.

Algunos subsectores, especialmente en los servicios, lograron montarse y ya han dado vuelta a la página de pandemia, pero otros lo perdieron y están a la espera de un catalizador que permita una perspectiva más alentadora.

Ese catalizador es la inversión y depende de las decisiones que tomemos internamente. Solo a través del respeto al estado de derecho y de la colaboración estrecha entre los actores públicos y privados podremos tener un mejor ambiente de inversión y evitar que la debilidad económica se siga acentuando. Depende de nosotros, ojalá que así sea.

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