Una crisis económica, una crisis de género

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Por: Marcos Daniel Arias Novelo, Analista Económico en el área de Análisis Cambiario y Bursátil en Grupo Financiero Monex.

En contextos como el de hoy, en el que la crisis es universal y las víctimas tanto de salud como económicas se cuentan por millones, es fácil perder de vista lo que verdaderamente importa para quienes nos dedicamos a las ciencias sociales: el impacto sobre las personas en su dimensión de individuos.

Desde la perspectiva económica, el Covid-19 ha adoptado alrededor del mundo un sinfín de formas, desde el desempleo récord en Estados Unidos, hasta la temida estanflación en Asia y países europeos.

Si nos quedamos con la impresión de que en México no vemos las largas filas de trabajadores solicitando algún apoyo y que por lo tanto estamos padeciendo males menores, dejaremos fuera el que quizá sea uno de los elementos más perniciosos e injustos de las crisis: la austeridad.

Con el anuncio reciente de múltiples recortes a diferentes secretarías y organismos descentralizados, recordé una conferencia a la que asistí hace un par de años cuando tuve la oportunidad de realizar estudios de posgrado en Reino Unido.

La charla la impartió la Dra. Sarah Hall, una académica de la universidad de Manchester que en ese entonces acababa de realizar una investigación dentro del campo de la economía feminista y estaba por publicar su trabajo bajo el título de “Austeridad de cada día”.

A lo largo de su proyecto, la Dra. Hall realizó un estudio etnográfico en el que estuvo compartiendo experiencias de vida con familias e individuos durante el periodo de austeridad por el que atravesó Reino Unido entre 2010 y 2018.

Su interés por la materia parte del hecho de que las interacciones económicas que llevamos a cabo repercuten en las relaciones de género y uno de sus argumentos más importantes es que no existen las políticas económicas neutras, sino que todas tienen cierto grado de afectación, refuerzan roles o crean limitaciones.

La economía feminista

Además, la Dra. Hall plantea que la austeridad golpea a las mujeres, pero que no nos damos cuenta porque hay un sesgo en los indicadores económicos que usamos para diseñar y evaluar políticas públicas.

Por ejemplo, el PIB mide solo las actividades económicas que están monetizadas y hay muchísimas personas que realizas actividades domésticas o de algún otro tipo sin paga alguna y por lo tanto no están incluidas dentro de esa estadística y difícilmente serán consideras en el diseño de políticas públicas a partir de los indicadores tradicionales.

El INEGI estima que este trabajo asciende a 23.5% del PIB y que 75% es realizado por mujeres, lo que da una dimensión de relevancia tremenda.

En el caso de la austeridad, en términos prácticos implica menos escuelas de tiempo completo, menos guarderías, menos comedores comunitarios, menos dinero para mantener las casas asilo, etc. Esto deriva en la generación de un vacío social, pues dichas necesidades siguen existiendo.

Si a ello añadimos que hay una propensión a que sean las mujeres quienes llenen esos huecos, ya sea porque ya realizaban actividades similares o porque el rol de género les asigna el papel de atender las necesidades, podemos imaginar que la crisis del Covid-19 no solo resultará en una tremenda crisis económica, sino también es una importante crisis de género.

La reflexión última que inevitablemente surge es que la austeridad no es algo que se lea en los periódicos, ni es un fenómeno exclusivo de la ciencia política.

La austeridad es un asunto personal y tiene efectos profundos, reales e íntimos en las aspiraciones de las personas y de sus seres queridos.

En aquella plática, la Dra. Hall comentó que en este proceso las mujeres se vuelven “el pegamento social” que mantiene unidas a nuestras familias, amistades y comunidades en los tiempos en los que el Estado se vuelve ausente, son la última línea de defensa ante el encogimiento de las instituciones.

Así, dentro de la lucha que actualmente libramos por conseguir la igualdad en nuestro país, la austeridad es una barrera de peso, pues son nuestras aspiraciones las que nos permiten luchar contra las expectativas y dar marcha atrás a los roles de género.

Si en tiempos de normalidad la economía feminista es una vertiente que se ha caracterizado por construir una ciencia económica más diversa, ética y completa, hoy más que nunca es imperativo que prioricemos la atención a todas las voces para el entendimiento de los profundos cambios por los que estamos atravesando y el diseño de soluciones justas para la sociedad en su conjunto.

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