Juan Carlos López Espinoza
Actualmente vivimos absortos en la llamada herejía de activismo, trabajar por trabajar, hacer vida social intensa, vacacionar, irnos de antro, ver nuestro deporte favorito, todo sin detenernos a ver hacia dónde vamos, porque como dice un refrán: cualquier viento es inútil para quien no sabe a dónde va.
La primera actitud es la del pensamiento mágico, la cual trata de racionalizar con frases como: “Ahí Dios dirá, nada se mueve sin la voluntad del de arriba”, “Diosito así lo quiso”, “Dios proveerá” y se pide un abandono y una resignación absoluta a la supuesta libertad divina no sabiendo que se nos dio libre albedrio lo cual nos permite guiar nuestra vida y nuestra libertad hacía el bien y nuestra razón a la verdad.
La segunda es la del desinterés absoluto que nos rodea argumentando que tenemos mucho que hacer, lo cual no nos permite dedicarnos a nuestras cosas personales y así crecer como personas lo cual implica:
Tener un pasatiempo, mediante el cual podamos expandir las posibilidades de un crecimiento intelectual y socio-afectivo, porque al hacerlo nos enriquecemos intelectualmente y emocionalmente. Por ejemplo, ir a conciertos, ópera, visitar un museo, aparte de que nos da un espacio de reflexión sirve de relax para la solución de los problemas que nos aquejan.
Dedicarle tiempo a nuestro propio crecimiento, esto es inscribirnos en cursos y diplomados que aumenten nuestro bagaje intelectual y en algunos casos por meros divertimentos intelectuales que nos sirvan también de relax y para hacer nuevas conexiones neuronales las cuales aumentarán nuestra capacidad intelectual.
Dedicar tiempo a nuestro embellecimiento personal, aunque se oiga raro sobre todo entre los caballeros, nos permitirá estar al tanto de nuestro estado físico, así como de los problemas de envejecimiento. No es únicamente bañarse e ir al gimnasio o a correr, sino también visitar periódicamente al médico para que no sea demasiado tarde cuando nos de un infarto por estrés.
Dedicar tiempo a nuestra familia, primero a nuestra cónyuge ya que el amor se va transformando, de ser arrebatado y apasionado a convertirse en uno sereno donde la pareja se cuida uno al otro por siempre, pero también ir acompañando a nuestros hijos en todo su desarrollo de tal manera que así no nos llevaremos sorpresas frustrantes porque los vicios ingresen a nuestro hogar, darnos tiempo para observarlos y corregirlos cuando se salen de la casa y nada de que los dejamos que decidan ellos, lo harán cuando hayan madurado e ir educándolos en el manejo de la libertad.
Dedicar tiempo a nuestra comunidad, primero a nuestro vecindario después a nuestra colonia y en tercer lugar a nuestro municipio porque si no hacemos nada por crear un entorno sano para nuestros hijos nadie lo hará, esa es la sociedad que vamos heredar y no debemos enseñarles el conformismo y la apatía para los asuntos de la comunidad porque generalmente queremos suplir con dinero y aparatos electrónicos costosos la falta de presencia a lo largo de su existencia.
Dedicar tiempo a la trascendencia, ya que nos permitirá llevar una vida serena y armoniosa, estamos creados ontológicamente para la trascendencia y aunque queramos llevar una vida muy ocupada es necesario detenernos a ver cómo va nuestra vida, nuestra familia, nuestra comunidad y la vida política de donde vivimos.
Quizá podremos decir que estamos muy ocupados pero nos hemos preocupado por planear nuestra vejez, reciclarnos en el trabajo, aprender nuevas actividades u oficios, planear nuestro ejercicio, ir al médico a que nos hagan las continuas reparaciones porque no seremos eternos. Y por último planear nuestra muerte, haciendo testamento, comprar servicios funerarios a previsión, yendo a cursos de teratología que aunque se oiga sádico, esperar la muerte plácidamente estando bien con Dios cualquiera que sea la idea de él.
Y nada que Dios dirá porque para eso nos dio libre albedrío.