Descubriendo las raíces de la plástica mexicana

Un medio para conocer las raíces de la plástica mexicana es sin duda los retratos de las Monjas Coronadas. Hasta hace poco yo desconocía el tema. Fue hasta que visité el Museo del Virreinato en el colorido pueblo mágico de Tepotzotlán (no se confunda con Tepoztlán), que conocí la vida conventual del siglo XVIII. En estos retratos se puede distinguir el nacimiento de una identidad artística como nación, ya que a pesar de que guardan elementos del español barroco (o sea que están recargados, adornados y decorados), se empieza a ver una esencialidad mexicana y de mestizaje que sin conocerlas ya había usado en mis pinturas.

Los retratos guardan características similares, un rostro femenino adolescente envuelto en un elegante e incomodísimo hábito que representa el momento en que la mujer se “casaba” con Dios y así vivir el resto de su vida en un convento. El evento era celebrado por todo el pueblo. A parte del exagerado vestido, la monja cargaba una enorme corona de flores, una vela y por lo general una estatua del niño Dios.

El auge de la Nueva España se reflejaba en las crecientes familias adineradas que florecían constantemente y para las que era honor que una de las hijas se fuera de monja. La dote iba para el convento y, por lo tanto, los conventos funcionaban como bancos para financiar los proyectos del pueblo. Aunque con una vida religiosa, las monjas vivían muy cómodas ya que en muchas ocasiones se iban al convento  hasta con sus esclavos, por lo que la vida era todo menos sencilla. Muchas viudas también escogían el convento como orgulloso lugar de retiro.

Aunque enclaustradas, las monjas podían ser visitadas (tras las rejas) por sus familiares, amigos e incluso celebridades de la época. Las monjas tenían acceso a las artes, literatura, música y como bien nos enseñó Sor Juana Inés de la Cruz, en vez de dedicar su vida a una familia, hay quienes preferían gozar de los privilegios que daban vivir en un convento, como fueron el acceso a una educación superior, la música y las artes. Las obras de teatro, conciertos y demás eran tan célebres que incluso los virreyes atendían a los espectáculos.

Los retratos en óleo los encargaban las familias de las monjas para que el cuadro permaneciera haciendo honor y recuerdo en algún lugar de la casa. Otros retratos se encargaban cuando las monjas cumplían 25 o 50 años en el convento. Y algo más original, también se comisionaba un retrato (menos elaborado) el día de su muerte.

Los retratos de las monjas nos trasladan al Virreinato, una época de búsqueda de identidad, época del nacimiento de la Virgen de Guadalupe, imagen clave para la identidad mexicana.

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