A menudo vemos que empresas tienen pintada en sus paredes una lista de valores acompañados de la misión y visión de la organización. Tienen eslóganes que invitan a los colaboradores a poner al cliente primero, a innovar de manera constante o a pensar de forma creativa. Sin embargo, lo que hemos observado es que lo que más influye en la cultura de las organizaciones no es lo que predican, sino lo que permiten.
Un ejemplo: Un líder de equipo de ventas espera que haya un incremento del 15% en los siguientes 6 meses. Por lo tanto, le pone a su gente como meta el 20%, pensando que eso los motivará a alcanzar por lo menos el 15. Al final de los 6 meses, como equipo, lograron un aumento del 16% y él se siente satisfecho y se lo hace saber a su equipo. El problema es que lo que aprendió el equipo es que estar por debajo de la meta está “bien”, no hay consecuencias.
Ese líder predica esfuerzo, constancia, perseverancia, astucia y trabajo en equipo, pero permite que la gente opere por debajo del estándar. Pronto esto se verá reflejado en otras áreas: puntualidad, productividad, imagen personal, comportamiento, etcétera. La nueva norma será la tolerancia y no la rigurosidad.
Nos topamos con líderes y dueños de empresas que nos dicen: “Yo les digo que lleguen puntuales, que logren sus metas, y no lo hacen”. Nosotros les preguntamos: “¿Qué haces cuando no cumplen?”. Y nos contestan: “Les vuelvo a decir que lo hagan”. La cultura de esas empresas está condenada a seguir en la mediocridad de lo tolerado y nunca lograr lo predicado.
El primer paso para la transformación cultural hacia la excelencia es que el líder asuma su responsabilidad. Que exista congruencia entre lo que dice y lo que tolera y que esté dispuesto a convertirse en la ejemplificación de lo predicado.
Por: Jorge Osuna y Héctor Garza. Trayecto Zenit
